viernes, 1 de febrero de 2008


LA LLORONA



Llegó al pueblo en el tren de las seis de la tarde, cuando el tren aún no nos había abandonado.
Era esbelta y bella pero se la veía agobiada con un andar empobrecido, llevaba un bolso breve y un chal oscuro para cubrirse de la brisa aún fría de los últimos días de septiembre.
Camino por la calle ancha, evitando la huella profunda que dejan los carros, hasta el sendero que lleva al monte de espinillos. Se interno por el sin mirar para atrás, ni a los pocos que andábamos bostezando el domingo que se escapa con la lerda nostalgia de lo que finaliza y no vuelve.
La sequía nos amantaba con su voraz aspereza, esperábamos la lluvia, antes que el calor llegara a despedazarnos.
La mujer se alojo en el predio de los Cuenca, tierra carene que apenas disponía de una propiedad en ruinas, cerca de la laguna del Hueso, llamada así por los huesos de los animales que se acercaban en busca de agua y morían atrapados en el Senegal . Se la vio en el poblado en pocas oportunidades, siempre escondida tras unos enormes y negros anteojos, pero algunos dicen que tenia los ojos siempre cubiertos de lágrimas que retenía esforzadamente, pero que siempre rodaba alguna por el rictus amargo de su rostro. Por eso se le dio el apodo de la Llorona.
Cada vez se hizo ver menos y así casi nos olvidamos de ella. La única que tenía contacto era la hija del encargado del almacén, cuando le dejaba el pedido todos los martes.
Una noche de cielo lejano y de frías estrellas invernales, el silencio del campo fue interrumpido por un sollozo, un tremendo sollozo que partió la noche en dos, hasta el amanecer de pájaros tristes, despojados de sus trinos de aleluya.
Esto comenzó a suceder en sucesivas noches, así que Neco y yo decidimos investigar la causa de semejante estremecimiento. Con una linterna, nos internamos por el sendero que va al monte de espinos, aún de día lugar tenebroso, pero el sonido procedía de allí. Agazapados y temerosos no nos percatamos de la humedad del suelo, habitualmente reseco. El estremecimiento de media noche, sacudió el paraje pero seguimos avanzando.
La tapera estaba con las puertas abiertas, la tenue luz de una vela se desparramaba desde las aberturas hacia el tétrico paisaje. Mas allá, cerca del lago ominoso, la mujer o lo que parecía la mujer, un ser de de carnes consumidas, apretadas al hueso. En el rostro dos cuencas profundas de las cuales manaba abundante agua que ya había llenado la laguna que expulsaba el lodo hacia afuera.
Cuando salimos del estado de estupor, disparamos hacia el pueblo con el agua cabalgando tras nuestro. El estruendo que producía ese sollozo y el agua desplazándose, ya había alertado a todo el pueblo.
Así fue como por primera vez en su historia, este pueblo sufrió una inundación de un agua salitre y pegajosa que ardió las pieles de sus vecinos.
Con el tiempo la noche de días interminables, cedía a paso a la claridad donde comenzó la reconstrucción del poblado. La laguna se limpio y ahora disponemos de un solar donde ir a pescar y algunas se animan a nadar en sus aguas transparentes.
La tapera fue cubierta por la vegetación, que ahora crecía abundante y en gran variedad. Nadie intento entrar en la intimidad de sus habitaciones.
La mujer fue una desaparecida, nunca mas nombrada. Entró en el largo camino del olvido, de la sombra agazapada en las espaldas del mundo. Pero a los lugareños nos les gusta estar en las cercanías del lago al anochecer, se dice que una aparecida emerge de la laguna, buscando el gesto de la luna para bailar con ella.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esther
Te felicito, hermoso tu blog, lleno de contenido y sentimiento.
Se refleja en sus páginas un pedacito de tu alma.
Adelante!

Nélida Vschebor

Anónimo dijo...

Amiga mìa, siempre se necesita un sacrificio para poder limpiar, para que otros disfruten sin apego alguno de reconocimiento....Me encanto. Besos Beatriz

Mónica Angelino dijo...

EXCELENTE!!

BESOSSSSS