domingo, 6 de julio de 2008

¿Dónde deja el puñal el águila
cuando se acuesta en una nube?
Pablo Neruda

Nesher, el águila, sabe que estos son sus últimos cielos de un tiempo. Expande sus alas saludando a esta metáfora de la realidad, vuela en círculos divisando las distintas esferas de la vida. Pronto alcanzará las cumbres nubosas, los límites con los soles de la eternidad donde morirá y resucitará, allí en su hogar primitivo disolverá los tiempos viejos.
Pero Nesher, debe resolver antes de elevarse hasta ese confín, el destino del puñal de obsidiana, Altair de la perpetua luz que disuelve los nudos y las emanaciones incorrectas de los homínidos. Ellos son los nuevos en este circuito de la materia, hacen su aprendizaje, vienen a completarse, son barro primigenio aún torpes, aunque se sabe de su gran destino de creadores.
La misión de Nesher es ayudarlos a ver, y la de Altair a disolver lo producido por su miopía.
Nesher, el águila, detiene su vuelo, se queda inmóvil dentro de una nube pequeña que le presta su regazo para que resuelva su conflicto ¿a quién entregar el sagrado Altair,
el bendecido con la luz azul de la estrella donde fue forjado?.
Siente un leve movimiento en su plumaje y la conocida refulgencia de Altair que le murmura:-entrégalo a los hombres, tengo el poder de multiplicarme si así lo deseo, que cada ser me lleve en el centro de su corazón. Cuando regreses, allí me encontraras, desde el corazón los hombres harán buen uso de mi poder.
Ni Nesher el águila, ni Altair el puñal sagrado, concibieron lo que los hombres harían con ese poder.
Levantaron monumentos, torres, templos y altares de sacrificio, no desataron los nudos de su accionar, ni transformaron las emanaciones maléficas que esas acciones construían. Destruyeron el paraíso y el infierno reinó sobre sus ruinas.
Unos pocos, los rebeldes, los que sienten que se le atrofiaron las alas, los de la religión del árbol, esperan de día en día el regreso del águila resucitada.

INQUIETUD DE PÁJARO

En el alma el viento de la inquietud
En el corazón el fuego de la pregunta
Carmen Martín Gaite

Sólo tener entre las manos
El tiempo esfera el tiempo péndulo
Abanico que se pliega
Y se despliega
Ante los ojos absortos de la mirada
Que recorre las grietas del decorador
(falaz escenografía)
Para espiar a los delgados seres
Que juegan en los umbrales del otro lado

¿y por qué yo acá? Pregunto
Resolvé el enigma
Me dice el gesto de un hijo
Me dice el otro
O esa voz sin rostro
Resuelvo desde que nací
Esta inquietud de pájaro
Navegando en el destierro
Y no estoy sola
-aunque la soledad sea un paisaje-
Tengo mis pies
Que buscan hacerse raíces
Para quedar erguida en el centro del vendaval
Y el amor de tantos rostros
Naciendo de ese arrabal
Que me precede y me continuará
(vara entre dos abismos
Sendero entre un vacío y otro)
Tengo entre mis huesos y el tiempo
La sombra que camina mi camino
Atraparla en un silencio tibio
Y buscar su abrazo y su mirada sin ojos
Transmutarnos en oro
Y ser aquí ahora perfil de ese otro lugar
Peregrina circular lámpara solar
Huella sin destino aparente
Con la sola certeza
No hay preguntas sin respuestas.
FIEBRE

Un velo me está buscando a ciegas*, para envolverme en su lechosa mortaja y dejarme flotando en un espacio suspendido de rostros desconocidos que me observan desde una cercanía que me avergüenza –pudor ajeno- relámpagos de miradas terribles, burlonas y también tiernas, que vienen atravesando frecuencias que abruptamente me elevan o me bajan. Feroz presión de molusco deslizándose por los andamiajes de mi cuerpo. Estoy apoyada en el costado izquierdo de mis cuatro desconocidas bisabuelas. Mi cuerpo gira buscando el eje de los antepasados varones y parece evaporarse en ese velo suelto, desgarro de otro que presiento más enorme en algún remoto lugar.
Unas manos heladas enfrían el paño que depositan en mi frente. Las manos de mamá que vienen viajando desde el confín de la casa anclada en mi infancia. Desde allí viene la burbuja rosa donde vive la niña que yo amo, que ríe ahora, aunque suele ser melancólica. Estás conmigo, por fin puedo recordar tus promesas; el paseo por las avenidas donde crecen los árboles sabios, el encuentro con los seres radiantes y tu permiso para liberar todos nuestros pájaros e inventar y que a vos no te importe que nos digan fabuladoras. Porque vos y yo sabemos que fabular no es nada malo.
-Perdón, perdón, no tuve el tiempo preciso de margaritas soleadas para tus inventos.
- No, no me hables de leyes secretas, no quiero recurrir a ellas, además siempre duermes.
- Porqué no me escuchás, aunque siempre te aprovechás de lo que sueño.

Abro los ojos a una oscuridad prolija con su memoria invertida en todos los tiempos, me introduce nuevamente en un sube y baja sin sostén. Nuevamente el paño frío y el cuerpo que se estremece con esa electricidad de hielo que me zambulle, con una pirueta, en la pileta de aguas heladas de los veranos calientes en la quinta de Benavides, y escucho el tintineo de una campanilla que tañe la tía Varinia llamando a la merienda, y los juegos con los primos en el patio circular caen despedazados por toboganes gigantes.

El frío y la tarde parda, el aroma de cáscara de naranja y azúcar quemada ardiendo y exhalando su aroma, y la resonancia de una radio en un tiempo distinto de la casa, da el toc de las cinco de la tarde, la voz anuncia que ya seleccionaron a los arquitectos que crearán un nuevo paisaje, un cambio de paisaje con mirada de provenir.
-Y la palabra, no crees que hay que volver a inventarla, porque es un fuego transformador, buscar la palabra como si no existiera la palabra. La palabra bella y plena de comunicación, que destruya murallas y construya vergeles. Entonces el mundo entero vendría a encontrarse con otra gente. Las barreras que los sentimientos de dualidad supieron construir, caerían. Un mundo sin miedos rastreros, nacería. Sonrisas, alegría sanadora, goces dispares de seres distintos…
No quiero escuchar tus discursos, hay rostros que me persiguen con sus miradas perpetúas ¿no los ves? Nos rodean, giran a nuestro alrededor. No temas, son fantasmas a los que tu miedo les da poder. Esto es un juego, siempre fue y será un juego.
Muevo la cabeza, el paño frío, caliente ahora, se desliza por mi brazo y cae al suelo. Atrapo parte de lo que dice la voz: se conmemora con un homenaje a las víctimas fatales del bombardeo efectuado sobre la ciudad de Buenos Aires…
-Te acordás cuando bajo aquel cielo bajo, plomo derretido que se adentraba en el cuerpo como un organismo ciego y fatal. Los aviones rugientes vomitaban fuego, éramos pequeñas y el absurdo nos parecía un juego, y era un juego porque así lo creíamos y nos sentíamos heroínas corriendo por la avenida inmensa de una ciudad de Buenos Aires que se volvió ajena y desierta. El odio y el amor son expresiones de la misma vara y el escenario el mismo, ¿con que rol actuamos o jugamos?
-Juguemos otra vez aunque sea de vez en cuando, yo sé que se te pierde la voz y que la piel se te hace tiempo, pero aún podés, ¡buscame sino me perderás!
La voz era lejos, mientras crecía en la burbuja rosa. La última cena después de la última cena fue en las costas del Mar de Galilea. Humo luminoso. Cristo con armadura. flamígera. Olor a peces cocinándose, ojos de cometa que dejan caer lágrimas.
Rudos hombres, esos apóstoles pálidos, olvidados de las promesas del Cristo, ojos de soles alumbrando el alma para desatar las dudas.
-¡Coman! les dice el transparente, gocen del festín Miren al oeste donde se levantan las brumas y se festejan las festividades del paraíso. No olviden mi alegría, no dejen aquí el retrato de la amargura. El otro es un riesgo que hay que abordar para fluir en la vida, sin el otro no se resuelve nada, de lo que aquí vinieron a realizar. Todo es juego, todo una ilusión del tiempo.

Una sorpresa de luz me disfraza el rostro, rápidamente los ritos secretos se repliegan, se desplazan hasta desaparecer la burbuja rosa. Alguien que no es mamá me acerca el té, tostadas y dulce, me tocan la frente, no son las manos heladas.Te bajó la fiebre, hace un rato volabas, ¿te prendo el televisor? No, quiero seguir escuchando la radio. No estaba encendida, ya la prendo. Dejá, está bien, prefiero el silencio, pero dejá la luz encendida.
*Olga Orozco
DON PEDRO Y EL JACINTO


Don Pedro, con andar decidido entra en la pulpería, saluda a los dos o tres parroquianos que merodean como las moscas en la penumbrosa y húmeda atmósfera del lugar. Pide las habituales botellas de ginebra al adormilado cantinero, son para él y para su amigo el Jacinto.
Sale de allá con ellas apretujadas, una bajo cada brazo; con anterioridad había acomodado el ala del sombrero sobre sus pobladas cejas, sabía que los últimos rayos del sol le darían de frente en la cara.
El campo obscurecía de a pedazos; tomó por el camino del costado que se pronunciaba en bajada y se dirigió hacia el río.
Lo recibió el pajonal, con su murmullo de insectos y la canción del agua acomodándose suavemente en la vegetación.
Llamó con voz áspera al Jacinto y éste le respondió, sonrió apresurando el paso.
Descorchó ambas botellas, el otro reía complacido, olfateando y saboreando la rigurosa bebida.
El transparente líquido fue desapareciendo entre cigarros de fuerte aroma, chanzas y risotadas. El río les acuna algunos sueños y ellos felices y aletargados no escuchan a los pájaros nocturnos que con sus graznidos agoreros anuncian esta historia.
Al amanecer, Pedro vuelve tambaleante, nombrando estrellas con palabras incomprensibles y con el estómago ardido, casi hasta el dolor.
Carmela su mujer- lo espera achuchada y llorosa- Pedro, Pedro ¿por dónde anduviste?-nos cansamos de buscarte por todos lados ¡No jodás!, dame agua, quiero dormir, dijo empujándola son demasiada fuerza, busca a tientas su catre tratando de llegar al otro cuarto. La mujer lo toma por los hombros y lo sienta en un asilla, su cabeza rueda por la mesa, balbuceante explica: ¡y dónde voy a estar, carajo, si no es con el Jacinto!
Despabiláte de una vez Pedro porque eso no puede ser, el Jacinto fue encontrado muerto en Esquina hace tres días, en un zanjón.
El hombre abrió los ojos con fuerza como queriendo entender y sostener en su cerebro lo que la mujer le estaba diciendo. Eso no es cierto, estuve con él hasta hace un rato.
Te digo, Pedro, que está muerto, yo misma con estos ojos, le he visto, anoche han traído el cadáver y con el comisario y la Adelina estuve en el reconocimiento.